El mar no es el marco de nuestro encuentro. Tampoco tenemos al obelisco de testigo. No estamos en Mar de Plata, residencia habitual de Salieris, ni en Buenos Aires, ciudad que cobija a nuestra entrevistada. En una casa antigua adaptada para el funcionamiento del Instituto de Estudios Histórico Sociales (IEHS) en la ciudad de Tandil, nos encontramos con la Dra. Hilda Sabato. En esta preciosa tarde de otoño nos preparamos para conversar sobre Historia, el Bicentenario y política actual.

¿Qué reflexión le merece lo ocurrido con respecto al Bicentenario?

Creo que hubo muy poca reflexión con respecto al Bicentenario en la sociedad. Se debatió muy poco con respecto a nuestra historia. No fue visto como un momento para realizar balances ni para sacar conclusiones. Se habló mucho, pero faltaron foros de debate, mesas de discusión que posibilitaran que los distintos actores de la sociedad intervinieran y discutieran entre si. No hubo grandes iniciativas desde el gobierno nacional o de los gobiernos provinciales donde se promoviera el intercambio. Esta ausencia se notó, por ejemplo,  en los ámbitos universitarios pero también en otro tipo de instituciones de nuestra sociedad civil como la CGT, la UIA, la Sociedad Rural, entre muchas otras. En el gobierno nacional se vieron intentos aislados, como los emprendidos  por el Ministerio de Defensa o por la gestión Nun en Cultura, que organizaron foros plurales en torno a los doscientos años, y publicaron luego varios libros recogiendo esos debates. Algunas editoriales hicieron un esfuerzo por publicar series alusivas. En cuanto al campo profesional, el Bicentenario sirvió –en varios países de la región-  para agitar el campo y promover el estudio y las discusiones sobre todo en torno al período de las Independencias. Hay novedades interesantes en ese terreno. Por otra parte, me interesa destacar el movimiento de los historiadores hacia afuera de su propio campo. En principio, se produjo una cierta demanda de intervención pública, en los medios, foros de discusión, etc., pero la participación fue más bien casual que sistemática. No obstante algunos historiadores decidimos conformar un grupo que  llamamos –¡qué originales!- “Los Historiadores y El Bicentenario”. Unos años antes, en el 2006, un grupo de investigadores de diferentes lugares del país nos reunimos para discutir qué hacer para el Bicentenario trascendiendo el campo académico. El objetivo era generar un espacio de visibilidad pública y poner en circulación una serie de ideas con respecto a lo que se conmemoraba y a la historia argentina, que de alguna manera reflejara las transformaciones y avances que ha habido en los estudios de historia en las últimas décadas. En función de este objetivo, organizamos una serie de actividades que, por suerte, tuvieron una repercusión mayor de la que esperábamos. En principio, pusimos en circulación, a partir de un sitio Web, textos referidos a diferentes tópicos de nuestra historia (elegidos por su relevancia: revolución, nación, república, etcétera), que fueron recogidos por la prensa y que dieron lugar a que fuéramos convocados a participar de mesas redondas, charlas, debates. La culminación de este trabajo fue la realización del video “Dos siglos Después: Los caminos de la Revolución” en donde pretendimos que se viera el “Estado del Arte” en torno a esos tópicos: qué conocimientos hemos producido los historiadores sobre esa historia, qué debatimos, qué preguntas nos hacemos. En un marco general en el que predominaron los clichés y las visiones maniqueas, aspiramos a introducir otros interrogantes.

¿Cuál es su opinión con respecto a la divulgación histórica? ¿Cree que debe ser una especialidad profesional o que son los mismos investigadores los que deben realizarla?

El tema es complicado porque de alguna manera se vincula con lo que se entiende por  divulgación histórica. Estoy convencida que el estudio del pasado en tanto operación de conocimiento se diferencia del trabajo sobre el pasado como operación de memoria. En los últimos tiempos  la Memoria se ha constituido en un campo específico de producción y ha liberado, en parte, a la Historia profesional del imperativo de construcción de valores y tradiciones destinados a dar forma a una comunidad específica, a construir identidad colectiva. La Historia durante un tiempo cumplió con ambos roles, que están muy relacionados pero son muy diferentes. Si pensamos entonces en la divulgación histórica en relación a la Historia como operación de conocimiento del pasado, desprendida del imperativo de construir un legado cultural específico, considero que su tarea es vecina a la de la investigación profesional pero que no se superpone estrictamente con ella. La divulgación es, en sí misma, un campo especializado, que exige un conocimiento y una metodología específicos, que a su vez debería alimentarse de la producción de los historiadores profesionales. Por lo tanto, creo que son tareas conectadas pero diferentes. Algunos investigadores pueden ser a su vez difusores pero no tiene porqué ser la regla. No se puede exigir que cada investigador sea un gran divulgador, alguno lo será, alguno tendrá más habilidad o ganas o decisión de intervenir públicamente. Lo ideal sería que hubiera, además, gentes especializadas en el trabajo de divulgación que estuvieran en permanente contacto con la producción. En la Argentina hay una gran confusión con respecto a esto. Primero porque no tenemos un campo de divulgación en el sentido que vengo diciendo. En segundo lugar, tenemos divulgadores que en realidad opinan sin basarse en la producción historiográfica. Finalmente, los investigadores están permanentemente tironeados para publicar para el gran público, nos dicen: “ existe un Pigna porque ustedes no salen a la palestra”. En realidad, hay unos cuantos que sí salen (o salimos!), porque nos interesa intervenir en el debate público desde la Historia. Además, ha habido un esfuerzo por parte de los investigadores de poner en circulación, para un público más amplio que el de los colegas, libros e incluso colecciones con los resultados del trabajo de investigación. Pero no podemos competir con los Pigna y compañía porque no estamos dispuestos a trivializar la historia, a bajar línea o a inventar verdades para conformar a ese  “gran público” (en gran parte, inventado por los medios de comunicación de masas) . Esta acción es, sin embargo, solo un paliativo frente a la falta,  en la Argentina, de una política de divulgación más sistemática, o agresiva, como hay en otros países. La solución a esta cuestión no puede limitarse al gusto o interés de aquellas personas que quieren y/o pueden combinar ambas cuestiones.

Desde su formación como historiadora, y en función de su propio trabajo sobre la Historia política del siglo XIX ¿Cómo ve a la política actual?

Mal (con gestos de resignación). Los procesos de transformación política de las últimas décadas parecieron orientarse, después de la dictadura, hacia propuestas de desenvolvimiento de la política que combinaban algunos rasgos importantes de la tradición argentina con una buena dosis de innovación. Los rasgos de continuidad son aquellos que la misma historia nos impone, el tipo de sistema institucional, la impronta provincial de la política, la continuidad de las prácticas. Pero sobre estas tradiciones se había impuesto un viraje, que tiene que ver, sobre todo, con una de esas tradiciones fuertes, que fueron juzgadas negativamente después de la dictadura, que es la resistencia al pluralismo político, la tendencia de largo plazo en el siglo XX de deslegitimar al adversario como enemigo (la “antipatria”), de convertir a la escena política en una escena de todo o nada,  polarizada, de enfrentamiento entre amigos y enemigos, donde el enemigo es el otro a destruir, a eliminar. Este rasgo,  que había sido característico del siglo XX, pareció atenuarse fuertemente durante los años ochenta, desde las principales corrientes políticas, el peronismo y el radicalismo, que de alguna manera propusieron  un escenario más plural de convivencia  en democracia.

En un horizonte donde algunos de los viejos graves problemas de la política argentina, como el de la corporación militar, fueron desapareciendo. Al paso hacia una convivencia civilizada, se sumaban los discursos en torno a la importancia del pluralismo político. Parecía que se abría un horizonte diferente, que sobre las tradiciones anteriores se producía un viraje que para mi era auspicioso. Esto es lo que veo que ha colapsado en los últimos años. Hemos vuelto a una concepción de la política como “guerra”, a la oposición feroz entre amigos y enemigos, al aplastamiento del adversario, que en el extremo implica su eliminación física –un riesgo que hoy parece lejano, pero que está implícito en esa forma de entender y practicar la política.

¿Y con respecto a las políticas públicas?

Desde mi posicionamiento político ideológico, considero que el gran problema de la Argentina sigue siendo la pobreza, la desigualdad social. Una capa importante de la población sigue sumergida en condiciones de vida intolerables, en un contexto donde la Argentina como país y el estado nacional disponen de ingresos (producto en buena medida de la favorable situación internacional para las exportaciones agropecuarias) como nunca lo hicieron en los últimos cien años. Podemos discutir cómo debe distribuirse ese dinero,  pero el dato duro es que, más allá de todo lo que se ha dicho  en ocho años de esta situación de ingresos sostenidos, la pobreza sigue siendo un problema central. No veo políticas sistemáticas de carácter estructural destinadas a cambiar esta situación. Existen, sí, algunas políticas paliativas, pero no medidas de fondo para cambiar esta realidad estructural: esa es hoy mi gran preocupación.

Volviendo a la disciplina, ¿hacia donde cree que está apuntando la historiografía?

Si hay algo que caracteriza la historiografía en el último cuarto de siglo es la no existencia de campos hegemónicos. Después del gran peso que tuvo la historia económica social hasta la década del setenta, el cambio que se produjo en la disciplina abrió nuevas perspectivas sin que haya ramas predominantes. En algunos países la historia cultural quiso ocupar un lugar de hegemonía pero pronto encontró sus límites. En la actualidad creo que hemos vuelto a un mayor eclecticismo. Dentro de este panorama, es cierto que la historia cultural en sentido amplio, la historia de las ideas, de los imaginarios, la historia intelectual, han experimentado una renovación muy importante y que la producción es muy amplia en esos campos. La historia política también tuvo un florecimiento, pero todo ello dentro de un terreno en que todos los días se amplían las áreas de interés de los historiadores. Vale la pena señalar, también, que en los últimos años se produjo a nivel mundial – y en la Argentina muy especialmente- una  importante expansión de la producción historiográfica. En nuestro caso, a la tendencia mundial se suman los desarrollos institucionales locales: la  consolidación de las universidades, la ampliación del CONICET, la expansión de los posgrados (y de las becas!), la creación de revistas especializadas, la multiplicación de congresos. Este crecimiento ha abierto oportunidades, pero también implica responsabilidad, porque es la sociedad en su conjunto que financia nuestra aventura de conocimiento y espera sus resultados.

María Laura Mazzoni y Alejandro Morea – De la Redacción