Una explosión generada por una pelea entre superhéroes menores participantes de un reality show destroza una escuela y varias manzanas de una ciudad, causando más de 800 muertes. Ante semejante demostración de descontrol, el gobierno de los Estados Unidos decide aumentar el control sobre los individuos con superpoderes, obligándolos a estar registrados, poseer una licencia, entrenar y recibir un sueldo por parte del Estado. El mismísimo Tony Stark (Iron Man) toma la posta y se predispone a hacer cumplir la ley. Sin embargo otro peso pesado, Steve Rogers (Capitán América), se rehúsa a perseguir y arrestar a los mismos individuos que arriesgan sus vidas para mantener la seguridad y la paz en Norteamérica, y pasa a la clandestinidad junto a aquellos que se oponen a la iniciativa del gobierno.

Así arranca Civil War (Mark Millar y Steve McNiven, 2006), el arco narrativo más importante de la última década de Marvel Comics. Se trata de un “crossover” que abarca todo el universo de personajes de la Marvel. En los últimos años, este tipo de historietas ha ganado notoriedad de la mano de obras de innegable calidad como Kingdom Come o House of M. Sin embargo, algo distingue a Civil War de las demás: la obvia correlación que el relato guarda con la realidad política estadounidense.

No es más complicado que uno más uno, cuando lo lees como un suceso en el que fallece un gran número de civiles impulsando al gobierno a establecer un mayor control sobre la sociedad. De las muchas políticas de los EE UU  impulsadas luego del atentado del  11 de septiembre del 2001, tal vez la más notoria haya sido el “Acta Patriótica” a partir de la que se reducían los límites que las agencias estatales tenían para espiar y controlar las comunicaciones de su propia población, buscando aumentar y mejorar, de esta forma, la calidad de la seguridad de la sociedad en su conjunto, violando asimismo numerosos derechos establecidos por la constitución del país.

En este contexto, y mientras los EEUU libraban dos guerras en el extranjero, fue publicado el primer tomo de Civil War. Sorprendentemente, el líder de la oposición a la represión estatal entre los superhéroes era, como dijimos anteriormente, el Capitán América. Este es un personaje particularmente odiado alrededor del mundo (en particular en la Argentina) por ser visto como un reflejo burdo del chauvinismo estadounidense. Sin embargo, en los sucesos acontecidos en Civil War, el Capitán se erige como defensor de los derechos civiles. Y algo de sentido tiene: desde su creación como personaje, la idea era que Steve Rogers  sirviera como ejemplo de los valores propios de los Estados Unidos en contraposición a distintos países autoritarios del extranjero (el Eje originalmente). Esto se vio reforzado luego de que Rogers renunciara a ser el Capitán América como resultado del escándalo Watergate (más bien su equivalente en el Universo Marvel), para luego retomarlo tras declarar que representaba los ideales estadounidenses y no al gobierno.

El hecho de contraponer a este personaje con Iron Man no es gratuito. Sorprendentemente, Tony Stark termina siendo un individuo que parece hecho a medida de la situación que nos presenta Civil War: megamagnate de la industria armamentística, con fuertes vínculos con el gobierno, financista de grupos de superhéroes, e incluso, un alcohólico recuperado (a fines de los ’70, por lo que sería injusto establecer paralelos con algún personaje real… o no). Para el final de la saga, Stark se ve transformado en el líder de la organización de inteligencia más importante del mundo Marvel: S.H.I.E.L.D.

La dicotomía está planteada a la perfección. Ahí están el que dice representar a las víctimas, y a partir de ello decide ejercer un control férreo sobre sus prójimos, y el que entiende que derechos individuales van más allá de los fines, por más nobles que estos sean. ¿Roba Civil War a Watchmen? Completamente. Pero no es el punto. Mientras que Alan Moore creaba su obra maestra desde una editorial menor en aquel momento (Vértigo), Millar y McNiven lanzan su creación desde el que tal vez sea, hoy por hoy, el sello editorial más importante del cómic mundial, y utilizando todos los personajes que este tiene para ofrecer.

De más está decir que Civil War tuvo una gran repercusión. Un crossover en el que participa la totalidad del universo Marvel significa que de ahí en adelante todos los personajes quedarán marcados por lo que suceda en la saga. Los personajes aprenden, el trasfondo se modifica, algunos viven, algunos mueren. Es un universo vivo, y esa es la principal virtud de estos crossover. Pero que aquello se haya hecho a partir de una situación tan controversial como la promulgación del Acta Patriótica, condujo a que los niveles de polémica se dispararan, tiñendo de discusión política un ámbito que no suele estarlo.

Este año Superman decidió renunciar a la ciudadanía estadounidense, cansado de que sus acciones fueran utilizadas como instrumento de la política exterior norteamericana. Si, DC llegó tarde a una función que Marvel había inaugurado cinco años antes con Capitán América, pero no deja de ser chocante cuando dos personajes que icónicamente visten el rojo, blanco y azul tomen decisiones como estas. Por lo pronto significa que el mundo de la historieta no le pierde paso a la realidad, incluso a través de sus acepciones más revulsivamente “mainstream”. A ver cuántos pueden decir lo mismo…

David Fernández Vinitzky – De la redacción