Mucho revuelo ha causado la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano «Manuel Dorrego». Innumerables críticas se han arrojado contra éste desde las fortalezas de la academia histórica. En particular creemos que ese debate no es más que un emergente del conflicto político en la sociedad, que su antecedente es la crisis del 2001, que catapultó a Felipe Pigna y «sus mitos» al estrellato editorial y televisivo. Pero no nos quedemos ahí: si al decir de Federico Nietzche la historia es una actividad vital, es sano que más voces, dentro y fuera de la academia, busquen en la historia la llave que nos permita construir un presente mejor. En este número les acercamos el manifiesto fundante de un grupo de estudiantes de historia de la Universidad de Mar del Plata, que intentan intervenir en el pasado y el presente en clave Nacional y Popular. (Alejo Reclusa, de la redacción).

“Lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta sólo es un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico.” A. Jauretche(1)

La historia se concibe como la interpretación de determinados fenómenos o procesos ligados a una transformación económica, social, política y/o cultural; individual o colectiva.

Ésta es llevada adelante por un historiador a partir de una serie de preconceptos y patrones políticos e ideológicos. Es decir, desde su formación, desde el lugar y el momento en el que se ubica para interpretar la realidad, un historiador construye un relato filtrado por sus concepciones ideológicas.

Esta manera de interpretar y de construir un relato, es imposible de evitar o de modificar, todo aquel que realice un análisis se verá imbuido por sus propios preconceptos, posturas y conocimientos. Esta conformación de un relato teñido por la cosmovisión ideológica del historiador es la única manera de construcción de la historia.

El pasado ha ocurrido de una sola manera, sin embargo, el juicio acerca de lo sucedido varía según la escala de valores del relator. Detrás del relato está presente su ideología, la cual colorea a su modo los sucesos relatados, otorgando mayor o menor importancia a cada uno, reconociéndoles perfiles positivos o negativos, ofreciendo unas u otras interpretaciones según su particular óptica.(2)

Debido a la presencia de múltiples ideologías y formas de interpretar los acontecimientos y sus variables, se produce un enfrentamiento entre ellas que da lugar a las corrientes historiográficas. Diferentes interpretaciones del ayer, que repercuten en el hoy y pretenden mantenerse hacia el futuro. Una batalla por la interpretación del ayer genera posiciones contrapuestas que disputan la política del presente con distintas proyecciones hacia el futuro.

Así, la verdad se nos presenta como un choque de realidades diversas, y en tanto no asumamos la tarea del historiador como parte activa y participante de ese choque de realidades, no lograremos comprender ni nuestro pasado ni nuestro presente.

Una historia objetiva que nos indique los hechos tal cual sucedieron es inexistente. Cada relato es construido desde una óptica y desde una posición determinada. Por lo tanto, no se debe reclamar una historia neutra  o condenar a los historiadores por parciales o tendenciosos. Pero sí se les debe reclamar que se reconozcan como tales. El gran engaño no consiste en interpretar la historia desde una concepción conservadora-liberal por ejemplo, sino que se haga pretendiendo que sean visiones neutras, como si no obedecieran a ideología alguna.(3)

El oscurantismo intelectual es un gran engaño construido por los sectores dominantes que pretenden generar una historia única funcional a sus intereses y exponente de sus principios políticos e ideológicos. Toda historia es historia política, en la medida en que quien la construye lo hace a partir de un fin determinado, como sujeto socialmente activo, que intenta expandir y justificar su interpretación de los hechos.

Una auténtica democracia debería asegurar la posibilidad de confrontación entre las diversas corrientes, tanto en las escuelas, como a través de los medios de comunicación masivos. De esa polémica, todo aquel que se interesase por estos problemas, podría decidir cuál de esas recreaciones del pasado resulta más verídica, cuál ofrece una articulación más creíble de los acontecimientos, cuál apunta a rescatar, en las luchas del ayer, aquellos valores que merecen ser preservados y desarrollados en el futuro.(4)

Grupo de Estudio de Pensamiento Nacional y Revisionismo Histórico (GEPNyRH)

(1)Jauretche, Arturo M.  “Política nacional y revisionismo histórico”. Cap. 1, “La falsificación como política de la historia”, p16.  Buenos aires. Ed. Corregidor. 2006.

(2)Galasso, Norberto. “La larga lucha de los argentinos”. Introducción, p. 8. Buenos Aires. Ed. Colihue. 2006.

(3)Galasso, Norberto. “De la Historiografía Oficial al Revisionismo Rosista. Corrientes historiográficas en la Argentina”. P. 3. Buenos aires. Centro Cultural “Enrique S. Discépolo”. 2004.

(4)Galasso, Norberto. “La larga lucha de los argentinos”. Introducción, p. 10. Buenos Aires. Ed. Colihue. 2006.