Este octubre se cumplen 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II, hito fundamental en las transformaciones del catolicismo moderno. Para recordarlo, conversamos con el Padre Hugo Segovia, persistente renovador, ciudadano ilustre y una figura importantísima de la cultura marplatense.

El Concilio Vaticano II fue una transformación de la Iglesia católica, un acercamiento al mundo moderno en la liturgia, en la pastoral, ¿cómo fue que sucedió esto?

El Concilio lo hizo el centro de Europa, es una típica elaboración de la teología centroeuropea. Francia, Alemania, Holanda, Bélgica. En el caso de la reforma litúrgica, había obispos que iban a las parroquias y se encontraban con que la misa era en francés. Y le decían: bueno Monseñor, si Ud. no quiere, no de misa. Y había que aguantársela. Esos fueron los pioneros, los que se jugaron. Tampoco gente “loca”. No, ellos tenían sentido de lo que era la participación de la gente. Si yo oro, ¿como lo voy a hacer en una lengua que no se comprende? Lo otro era una cuestión de Cristiandad, porque para los que se oponían a estas cosas la Iglesia estaba asegurada por la lengua, el latín. Argumentos parecidos a  los que ahora piensan que el matrimonio igualitario va a destruirlo todo. La unidad de la Iglesia no la hace el latín, sino el Espíritu Santo. Bueno, incluso he visto ahora algunos grupos acá en Mar del Plata que hacen la misa en latín. Les he dicho: van a tener que hacer un curso previo de latín para entender la misa (risas). Eso es arcaísmo.

¿Cuál fue el eje del Concilio?

El gran tema era el aggiornamiento, la adaptación de la Iglesia. Y ahí entramos en otro aspecto que es cómo se “encultura” el Evangelio, para evangelizar la cultura. Y ahí ves cómo han fracasado las misiones en Asia, por ejemplo, donde sólo han llevado los mismos templos que están en Europa. Bueno, la intención jesuita de unificar los ritos chinos con los católicos fue frenada por Roma en la época de la Reforma [siglos XVI y XVII. N del E.]. Hay una carta del Emperador chino a Roma que decía que si le mandaban 100 misioneros jesuitas más, China se convertía al catolicismo. Hoy es una religión minoritaria. Pensemos que, por esa época, Lutero no quiso separarse de la Iglesia, pero le mandaron a negociar a un dominico… lo más tradicional.

Sabemos que hubo muchas resistencias a las reformas de la Iglesia…

Hay gente que me ha dicho “yo a la misa no vengo a hacer sociales”. ¡Precisamente! Sí se viene a eso. Ahí está la unidad de todos nosotros, en sentido teológico y sociológico. Por eso el compromiso viene de una participación litúrgica que tenga que ver “con” la historia. La misma predicación tiene que aterrizar en la historia: no de lo que “pasó en aquel tiempo” sino de cómo esto sigue pasando ahora. Ese problema fue conflictivo en la época del Concilio. Los curas que predicaban lo social. Hay una anécdota española de dos mujeres que salen de misa y una le dice a la otra “viste estos curas de ahora que se la pasan hablando de los pobres y la justicia, y nosotras no existimos” y la otra le responde “no te preocupes que al Cielo vamos a ir las de siempre”.

Los dos primeros obispos de Mar del Plata fueron grandes renovadores, ¿no?

El primer obispo de Mar del Plata, Monseñor Rau era un gran teólogo, profesor de Teología durante 25 años. Vos fíjate que habiendo estudiado acá en Argentina, él era conocedor del alemán y había traducido a los grandes teólogos contemporáneos. Él tuvo el gran mérito de ser un difusor, con un lenguaje muy sólido y expresivo. Te cuento una anécdota. Yo estaba estudiando en Roma y él fue para allá por el Concilio Vaticano. Mis compañeros chilenos, peruanos, mexicanos me decían que nunca habían escuchado a alguien tan claro. Fijate que después Rau condena la ordenación de Argentina a la Virgen María por Onganía, diciendo que eso no es algo que deba hacer un país. Una opinión importantísima. Él era un tipo indiscutido. Pero antes del Concilio, después ya no. Fijate que Monseñor Tato recorría las diócesis del país juntando votos para que a Rau no lo designaran en la comisión nacional de liturgia, ¡y hay algunos que se ofenden cuando pasa eso en el Congreso! (risas)

Mar del Plata tuvo dos figuras brillantes, Rau y Pironio, en una época convulsiva para la Iglesia. Era el año 72, Pironio estaba en Bogotá como secretario del Celam [Comisión Episcopal latinoamericana, Nota del Ed.], y Monseñor Plaza lo llamó y le dijo “vas a ser obispo de Mar del Plata, es hora de que construyas después de todo lo que has destruido”. Pironio era uno de los teólogos “liberacionistas”. Aunque más espiritual que social, tenía contacto con la Teología de la Liberación. La fama de Pironio había comenzado con el Concilio latinoamericano de Medellín, ahí lo conoce Paulo VI, que tenía una gran captación de figuras.  En esa época, Monseñor Tortolo, presidente de la Conferencia Episcopal, decía que el Celam era “una mafia”. Pero creo que habría que hacer una historia crítica de ellos, ver cómo se fueron dando estas posiciones. Porque Plaza tuvo cosas importantes, fue el único obispo que se atrevió a hablar del cadáver de Eva Perón en el año 58 y tuvo bombas por eso. Es un personaje muy complejo.

Hace unos días leía un libro de Le Monde Diplomatique sobre el obispo Romero y descubrí  que había una relación íntima entre Romero y Eduardo Pironio. ¡Qué bárbaro, qué maravilla, lo que Pironio ayudó a Romero! Y lo que muestra es las muchas miserias de la Iglesia, las acusaciones de los colegas contra Romero.

¿Cómo ve a la Iglesia actualmente?

Están aislados. No ven que hay que trabajar con el mundo que tenemos.

Alejo Reclusa- De la redacción