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Between Friends

I’ll be there for you.
These five words I swear to you.
When you breathe
I want to be the air for you.
I’ll be there for you.
I’d live and I’d die for you.
I’d steal the sun from the sky for you.
Words can’t say what love can do.
I’ll be there for you.

Hace tiempo que quiero escribir sobre la comedia, a mí entender, más brillante que produjo la irrebatible maquinaria de éxitos de los estudios de la Warner Bros. Friends no es sólo una comedia pasatista, es una de las series más vistas en todo el mundo. Con el paso de los años los temas que trataron no perdieron vigencia. Por otro lado, cómo no hacerlo si lo que les sucede a esos maravillosos personajes es parte de la vida de cualquier persona. Quién de nosotros no tiene un amigo gracioso, un conquistador y uno obsesivo, algo tímido, pero, aun así, brillante, una amiga extraña, algo rara, de esas que nunca se sabe con qué te van a salir, una amiga o amigo que nuclea a todo el grupo en su casa y aquella que es linda, pero que si te enamorarías de ella, sería por lo sensible que es.

La luz de la cámara iluminó, por primera vez, la historia de estos amigos el 22 de septiembre de 1994 y por diez años supieron mantener niveles de audiencia impensados. Los creadores, Marta Kauffman y David Crane, querían contar una historia sobre aquellos primeros años de la adultez. Traspasar esa barrera etaria que indicaba la existencia de un público para las series adolescentes basadas en la preparatoria o la universidad, un tema excesivamente trillado en la filmografía pochoclera de Hollywood, o bien, de la vida adulta con personajes que rondan los 40 años y se encuentran en crisis. Ellos pensaban en una comedia joven, que pudieran disfrutar todos los espectadores, fundada en aquellos primeros años de soltería vividos en las grandes ciudades, una vez terminada la universidad, en este caso, New York. No podía ser una comedia más que mostrara las vicisitudes de un grupo de personas viviendo juntos, eso ya se había visto. La trama los tenía que reunir por otros motivos. Por esa razón, los autores pensaron en un edificio con una dinámica circulación de los personajes, con motivos de conflicto y reunión que excedieran a la convivencia. Pensaron en una amistad razonablemente distinta al compañerismo. Además, no podía ser una amistad cualquiera, tenía que ser una amistad que rozara la familiaridad.

Precisamente, Friends trata de esa amistad que emerge cuando uno está solo en la ciudad y los amigos se convierten en la familia. Cuenta sobre el amor, sobre la carrera, sobre las tristezas y los sueños, porque precisamente se trata de un momento de la vida en que todo es posible.

A lo largo de las diez temporadas vimos crecer a Rachel, Ross, Phoebe, Chandler, Monica y Joey. Todos ellos se enamoraron, fracasaron, ascendieron en sus trabajos, renunciaron, encontraron su verdadera vocación sólo para comenzar de nuevo y pensar en el verdadero camino. Claro, en el medio, hubo confusiones y enredos entre ellos. Algunos muy claros desde el principio, como el eterno amor de Ross por Rachel. Otras sucedieron inesperadamente, como el noviazgo de Chandler y Monica o incluso la confusión de Joey con Rachel. Inclusive, en la idea original, el romance apasionado fue pensado para Joey y Monica, pero la idea no prendió y los autores lo utilizaron como una tensión constante que servía para generar momentos de comicidad  convertidos luego en muletillas clásicas del joven actor italo-americano.

Ciertamente no fue una serie que se destacara por una inversión extraordinaria en producción y posproducción. Los autores no estaban muy convencidos de salir del set de filmación en los estudios de la Warner, de hecho, las pocas incursiones fuera de la localización fueron, en realidad, realizadas en el set con reproducciones exactas de los lugares seleccionados, como por ejemplo los viajes a Las Vegas o los paseos por los parques. La historia era efectista porque el público indicaba qué estaba bien o mal. Todo sucedía en un mundo de fantasía que replicaba un escenario conocido por el ideario colectivo, como es la ciudad de New York, aunque nuestro conocimiento se limite a alguna postal o película dominguera.

El sustento de todo era un guión cuidadosamente elaborado. Cada verano se planteaba la idea general de la temporada, un equipo de escritores redactaba varias versiones de los 24 capítulos que la componían y luego se compaginaba una versión final de cada emisión. Los actores fueron tomando protagonismo en la concepción del producto y, finalmente, lograron junto a los derechos de autor de sus personajes una notable injerencia en la concepción del show a partir de la quinta temporada.

Algo notablemente destacable eran los especiales en los que compilaban algunas situaciones de su pasado, los tan mentados flashbacks. Allí, se explicaban algunos de los complejos que atormentaban a los jóvenes amigos, algunos de sus secretos mejor guardados. Una irreconocible Monica mostraba su afición culinaria, pero como única destinataria de todos los platos. Ross, un torpe sin remedio que no podía expresar su amor por Rachel y un Chandler que odiaba las festividades porque su padre había decidido que prefería pasar su tiempo con el criado más que con su madre. Por su parte, Phoebe recordaba una historia familiar densa que la hacía maravillarse por cualquier acto de pura y cotidiana normalidad.

No sé si este detrás de escena, seguramente incompleto, hace justicia a una de las mejores series de la historia. Seguramente no. Sin embargo, no podía dejar pasar la oportunidad de contar lo que sucede con ella en un grupo de amigos que somos fanáticos. Cuando uno mira Friends tiene la sensación de estar entre amigos, se da cuenta que comparte historias similares. A pesar de las diferencias culturales, uno se puede encontrar en torno a las mismas vicisitudes y no es una historia más de compañeros. Es una amistad única la que refleja, ésa que solo se puede palpar con determinadas personas.

Juan Gerardi- De la redacción

El fervor del 5to año

En materia televisiva no existe una clave del éxito, una fórmula estandarizada y universal que los productores guarden como el bien más preciado. Si prestamos atención, incluso, para la crítica es más fácil explicar un fracaso; pues lo que está mal se destaca con mayor notoriedad por sobre lo que está bien. A veces las cosas simplemente suceden y una serie pensada para una temporada permanece en el aire ininterrumpidamente a lo largo de los años.

A juzgar por la previsible trama esbozada en el primer capítulo,  Graduados pudo haber sido un fracaso rotundo.  Nadie aventuraba, ni siquiera sus protagonistas, que llegarían a liderar el rating como el programa más visto de la pantalla chica. Sin embargo, el boom “ochentoso” no es ni remotamente casual. Se basa en el trabajo constante de una inteligente producción que refuerza semana a semana un género bastante trillado como el de la comedia romántica, teniendo en cuenta que las novelas de mayor audiencia de los últimos tiempos transitaron por caminos oscuros y complejos. Graduados tiene la capacidad de evocar una época tan importante para los argentinos, se la mire desde el punto en que se la mire, como la que cobijó el regreso de la democracia. La música, la ropa, los íconos televisivos que sobrevivieron a la década y prosperaron en los noventas, los espacios comunes que están en el ideario de los argentinos; todo contribuye a que revivamos esos momentos con lo mejor que tuvieron, que los disfrutemos como parte de nuestra historia personal.

Graduados cuenta la historia de un grupo de ex compañeros de colegio, como el que tenemos cada uno de nosotros, que se rencuentran después de veinte años para descubrir que aún tienen mucho por resolver. Un secreto se vislumbra desde el primer capítulo, Loly, interpretada por Nancy Dupláa, en su noche de graduación tuvo un encuentro sexual casual con Andy, el genial Daniel Hendler, motivado por el engaño de Pablo “Pichila” Cataño, Luciano Cáceres. Como resultado de ese encuentro Loly quedó embarazada. Pablo, como el novio oficial de Loly, se tuvo que casar obligatoriamente con ella, por otro lado, con un suegro como Clemente Falsini no podía hacer otra cosa. Las sospechas de Loly acerca de la paternidad de Martín, su hijo, permanecieron ocultas hasta que Andy volvió a su vida. A partir de allí, los grupos comenzaron a vincularse nuevamente y las relaciones entre ellos dieron rienda suelta a una trama que se vislumbra poco a poco.

La historia de amores acompañada por episodios de humor desopilantes desarrollados por Tuca, el genial Mex, personaje libidinoso obsesionado por conseguir “chicas”. Otro tanto corresponde a los padres de Andy, Elías Goddzer y Dana Blatt, Mirta Busneli y Roberto Carnaghi respectivamente, quienes representan al estereotipo de matrimonio judío. Una madre sobreprotectora que soluciona las alegrías y tristezas con comida, que no puede dejar de intervenir en la vida de sus hijos culpando  de todo lo que sucede a la inacción del padre. Por su parte, Clemente Falsini, Juan Leyrado, el padre de Loly, es el dueño de Mac Can, una empresa de alimentos para perros en la que trabaja una esbelta Isabel Macedo, la bella Patricia que en realidad es la perturbada Jimena, una compañera de los graduados, que cambió su aspecto sólo para buscar venganza entre quienes le hicieron sufrir la peor adolescencia.

Para los fieles seguidores seguramente estoy cometiendo una falta imperdonable al no mencionar a la que, sin lugar a dudas, va ser la actriz revelación de los próximos premios Martín  Fierro, Paola Barrientos. Vicki Lauria es la mejor amiga de Loly, la nerd del curso, la verborrágica doctora en psiquiatría que no conoce el significado del secreto profesional. Es la que intenta contener y aconsejar al grupo, aunque ella vive constantemente desbordada.

Graduados tiene una extraordinaria capacidad para narrar temas absolutamente verosímiles junto a exageraciones poco probables. La producción maneja como ninguna otra los efectos de pantalla. Los flashback se convirtieron en un recurso que limitó los golpes de timón producidos por el canal de la competencia. La gente se reúne para recordar a feliz domingo, aunque ya nadie mire un programa de Silvio Soldán en cable, la fiesta de egresados, el viaje a Bariloche o la visita al mítico Italpark.  A Graduados le va bien porque es una historia que no abusa del ritmo apesadumbrado que poseen las actuaciones cuando los personajes tienen que rebatir esa guerra entre el sigue y el detente en el que se basa la indecisión. Las cosas se suceden porque hay causantes concretas y no por simples estados de ánimo. Además, es justo decirlo, existe una intención general en el medio televisivo para que a Graduados le vaya bien, en parte, como una reacción, que encuentra cada vez más adherentes, en contra de la máquina aparentemente infranqueable de Marcelo Tinelli y sus programas satélites.

Los personajes son fieles a sus ideales. El inseparable grupo de Andy, Vero, interpretada por Julieta Ortega, y Tuca defiende a ultranza el valor de la amistad y la libertad de no pertenecer al sistema. La música que acompaña a las imágenes nos sitúa constantemente en lo mejor del rock nacional e internacional. Temas como: “corazón delator”, de Soda Stéreo, “Yo te avise”, “Amor descartable”, “Extraño ser”, “The power of love”, “It’s my life”, “Beat it”, entre tantos otros clásicos, complementan la experiencia del revival. Como en la escuela, en este programa, el grupo de los cancheros y niñas lindas, los independientes, los tragas y excluidos son personas con sus contradicciones, sus sufrimientos y sus esperanzas. Cuando la adolescencia se lleva consigo todo aquello que los diferencia, comienzan a darse cuenta que en realidad están muy cerca unos de otros.

Juan Gerardi – De la redacción.

Y sin embargo….

Ni tan arrepentido ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.
Tú que tanto has besado
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado,
los labios del pecado. (Joaquín Sabina)

Existe una cualidad que por mucho que intentemos negarla está presente en todos nosotros, la curiosidad. Injustamente denostada, es el motor que nos lleva a interesarnos por lo que es absolutamente desconocido y ajeno. A los pies de sus encantos caemos rendidos todos aquellos que no podemos vivir en la insoportable agonía de la rutina,  los que siempre necesitamos saber más sin distinciones de importancia. Para los que la aceptamos como parte de nuestra naturaleza, la vida siempre tiene cosas nuevas para sorprendernos y no gira en torno a nuestra miopía individualista.

La curiosidad es el puntapié de esta nota. Hace un tiempo, no importa cuando, tampoco dónde, estaba en un café esperando a que llegue la hora para  asistir a una reunión, porque en mi caso la puntualidad consiste en llegar un tiempo antes al lugar preciso. Me senté en una mesa en el centro del salón, frente a mí  había una pareja tomada de la mano. Al poco tiempo, sin intención alguna, comencé a escuchar su conversación, quizás porque el libro que tenía a mano no era lo suficientemente interesante como para captar mi atención, o porque el tono de voz y la cercanía no me permitían hacer otra cosa. En ese momento me di cuenta que estaban discutiendo, él la dejaba a ella.  El arsenal de adjetivos calificativos la convertían en culpable de la ruptura: posesiva, intolerable, estructurada, aburrida, entre otras cosas que es mejor no mencionar. En el momento de tomar partido, pensé que el tipo tenía la razón. Sin embargo, algo me perturbó, él con un tono paternalista e innecesario le recomendaba hacer terapia con no sé que técnica oriental. Allí me di cuenta que el tipo era un chanta, todos mis prejuicios se apropiaron de la mirada que tenía sobre la situación. En conjunto eran incompatibles visualmente, él todo desarreglado a las doce del mediodía y ella impecable por donde se la mirara. Cuando ella le pidió que le dé otra oportunidad, él le dijo que quería experimentar nuevas experiencias, se levantó y se fue. Ella quedó desconsolada, lloró unos quince minutos, escribió en su agenda y mandó algunos mensajes. Finalmente pidió la cuenta, pagó y se fue caminando lentamente.

Desde ese momento no pude dejar de pensar en la situación, en lo que pasamos cuando nos dejan, cuando dejamos o llegamos a la conclusión que no existe razón coherente para seguir soportando la compañía de la otra persona. Cuando sufrimos lo que se conoce como el mal de amores. Nadie es ajeno a este problema y la forma en que reaccionan las personas frente a él difiere según las circunstancias.

Algunos se deprimen, se encierran, escuchan música tranquila y extrañan porque esa es la única forma de conectarse con lo que ya no existe. Los melancólicos pasan sus días recordando los buenos momentos, revisando los hechos que llevaron a la ruptura, analizando cada momento, cada foto, cada palabra dicha y cada gesto esbozado. En el fondo esperan poder revertir la situación, porque no encuentran otra forma de seguir adelante, se encuentran estancados entre lo que fue y lo que no será. En todo ello hay algo de perverso, pues respetan más al pasado que a la posibilidad de seguir viviendo en el presente.

Otros, a partir del momento en el que dejan a su pareja, comienzan una campaña de desprestigio. Se encargan de traer a colación el tema en cada reunión, se vuelven monotemáticos, y ni siquiera sus amigos más cercanos los quieren escuchar. Dicen no querer saber nada de la persona que ya no está con ellos, pero pasan sus días enteros averiguando datos sobre su vida. En el fondo, guardan la firme esperanza que la otra persona la esté pasando igual de jodido que ellos. Todo esto hasta que llega un amigo ingrato y le cuenta que  no es así, incluso, que a la persona en cuestión se la ve bastante bien. Allí revelan su verdadera naturaleza, empiezan a escribir cartas (mails, msj de texto, mensajes de Facebook o twitter) cargadas de odio y rencor como si de esa manera pudieran salvar su orgullo herido.

También están los que siempre tienen un plan B, los que creen que no hay nadie irremplazable y se ubican por encima de cualquier relación. Ellos transitan el mal de amores con mayor soltura, entienden que nada dura para siempre y que todo en la vida tiene su fin. Hacen todo lo posible para estar mejor que antes, renacen con cada ruptura y, sin prurito alguno, reconocen lo que aprendieron en cada relación.

Los amores imposibles, los amores abandónicos, los amores insoportablemente presentes y aquellos que nos acompañan a estar solos, todos, constituyen esa irrefrenable epidemia que nos contagió en algún momento de nuestras vidas y que si no lo hizo todavía, lo hará. Al mal de amores, como a la curiosidad, uno debe aceptarlo.

 Juan Gerardi – De la redacción

Perdidos en la tribu

No es la primera vez que la televisión nos muestra, con un pseudo sentido antropológico, la vida, las costumbres y las artes de ciertas comunidades “primitivas”. Hasta el momento, por lo menos lo que yo recuerdo, fueron los documentales producidos para la pantalla chica los que monopolizaron la difusión masiva de la observación participante, otrora dada a conocer por informes o literatura de viajes de tipo etnográfica. El interés por este tipo de temáticas siempre fue un hecho notable que hoy pretende ser aprovechado por los productores de televisión para reforzar un fenómeno que viene mutando conforme pasa el tiempo, los reality.

Del maridaje de estos dos géneros televisivos, los documentales y los reality show, surgió Perdidos en la tribu. La nueva apuesta de TELEFE y Eyeworks Cuatro Cabezas parece confirmar que la tv verdad aún tiene mucho para dar, sobre todo si nos atenemos a las mediciones de audiencia o nos guiamos por su proliferación en otros canales. La versión local cuenta con el respaldo de múltiples emisiones exitosas de países como Holanda, Bélgica, Alemania, Noruega, España, Nueva Zelanda y Australia. La clave del programa consiste en realizar un proceso inverso al que tuvo lugar con las sucesivas expansiones europeas, en este caso, serán los anfitriones quienes tendrán que educar en sus costumbres a los huéspedes para decidir sin son dignos de residir junto a ellos.

El argumento es simple: tres familias de perfiles diferentes parten rumbo a destinos desconocidos para convivir, cada una de ellas, con una tribu en particular de Asia o África. El desafío consiste en superar las barreras culturales, aprender las costumbres y ser aceptados como parte de la comunidad que “les tocó en suerte”. La recompensa para los participantes, además de ser parte de una experiencia intercultural, es una importante suma de dinero -300.000 pesos- para aquellos que logren el objetivo pasados los poco más de 30 días que deben permanecer en el lugar. Un aplomado Mariano Peluffo, incansable remador de interminables horas de programación, es el encargado de llevar adelante el hilo conductor de los problemas y vicisitudes que se les presentan a las familias  participantes, pero no solo a ellas. Un interesante recurso, es la utilización de una especie de confesionario in situ en el que los miembros de las familias así como también los de las tribus comentan sus problemas de interacción social. Gracias a ello, edición mediante, se muestran las desavenencias de ambas culturas sobre aspectos muy naturalizados que parecen incompresibles para la visión del otro: la comida, el amor, los sentimientos, la religión, el vínculo con el espacio y el tiempo, etc. Un consejo tribal sigue y juzga el desempeño de los participantes, el único momento en el que ellos cuentan con un traductor que les posibilita entender lo que se les está diciendo. Este es uno de los elementos que más momentos irrisorios genera puesto que cuando la urgencia apremia hacerse entender es un elemento clave.

Detrás de cada familia hay una historia que poco a poco se vislumbra y es en función de ésta que las enseñanzas aprendidas cobran un valor particular. La familia Funes (Eduardo, su ex esposa Nancy Scalia y sus hijos Gaspar y Francisco) convive con los Mentawai (Indonesia). Su mayor desafío, hasta el momento, ha sido volver a actuar como una familia, respetarse y enseñar a sus hijos a que se respeten.

Los Moreno (Guillermo, su esposa Lila Patrini y sus hijos Alan, Lucas, Nicole y Aldana) conviven con los Hamer (Etiopía). Para ellos, el reto consiste en valorizar la figura de su padre como sostén de la casa quien pasó por momentos difíciles cuando estuvo sin trabajo, lo que lo llevó a perder su autoestima y su lugar en el seno de la familia.

Por último los Villoslada (Rubén, su esposa Laura Adami y sus hijas Brenda y Nayla) son hospedados por los Himba (Namibia). Una familia de empresarios que debe aprender a valorar lo que tienen y dejar a un lado las comodidades que el dinero puede comprar,  en tanto el valor del trabajo puede ser enriquecedor como un fin en sí mismo.

Perdidos en la tribu capta el interés de los televidentes de múltiples formas. Nos muestra sociedades que tienen mucho para enseñar, que recuperan lo simple y nos devuelven una imagen del otro ya no subjetivada por nosotros sino por ellos.

Juan Gerardi – De la redacción

Hasta el momento no había reflexionado sobre el tema que da nombre a la sección, por lo menos no en un sentido literal. Debo decirlo, tampoco lo voy a hacer en esos términos en esta oportunidad. Las circunstancias me llevan a hablar, por así decirlo, de los lugares donde uno reside esporádicamente cuando está lejos de casa. De las condiciones que mueven a una persona a elegir un hotel frente a otro y de las ideas que tenemos en nuestra cabeza acerca del valor del bienestar. Sobre esto último, es muy difícil establecer los parámetros  que determinan la comodidad o incomodidad de una persona porque, en todo caso, se trata de valoraciones subjetivas. Sin embargo, existen convenciones sociales que condicionan nuestras perspectivas. Los empresarios hoteleros las conocen y abusan de ellas constantemente en la publicidad. 

 Cada viaje constituye una aventura por el simple hecho de tener esa cuota de incertidumbre que lo hace interesante. Al emprenderlo, sin premeditación alguna, me veo impelido a disminuir al mínimo los posibles riesgos de estar fuera de casa. Tener un lugar en dónde parar, a dónde volver, un punto de referencia es casi tan importante como llevar  los documentos que aseguran mi identidad.

Ahora bien, cómo seleccionarlo de entre todas las ‘’excelentes’’ opciones que encontramos en internet y otros medios de difusión, sin llegar a sentirnos embaucados por imágenes manipuladoras de la perspectiva del lado bueno. En mi caso, para no verme defraudado, indago sobre algunas condiciones que considero esenciales: la cercanía con los lugares a donde quiero ir, la limpieza y la atención. Como estarán pensando, todas son variables imposibles de determinar con cierta rigurosidad, ni siquiera la ubicación estratégica porque las descripciones al respecto utilizan frases evasivas como «zona céntrica», «a pasos de los principales centros turísticos», «en las proximidades de los centros comerciales y nocturnos». Algunos buscadores, como google, tampoco son una gran ayuda en esto puesto que la escala de los mapas que ofrecen me han engañado más de una vez,  sencillamente, porque para ellos siete cuadras son cuatro!!!

En lo que refiere a las otras variables, la fidelidad de los datos que proporcionan los correos de contacto y reserva normalmente se encuentran tipificados por normas de atención estandarizadas. Sin embargo, siempre es posible advertir la impronta personalista de los empleados que da cuenta del estilo del lugar de trabajo. La prontitud con la que responden a nuestras consultas, la intención de resolver inconvenientes, la información que nos proporcionan y el estilo del discurso que utilizan son algunos de los indicadores que nos pueden servir para conocer el lugar. Esto no significa que el hecho de tutearte evidencie desidia, pero es una cuestión de estilo. Generalmente se apela al nombre de pila seguido de un formalismo riguroso que indica, a la vez, proximidad y respeto.

Entre todas las posibles formas de alojamiento que existen, los hostel son un caso aparte. Al hospedarse en uno de ellos ya sea por elección, comodidad o costo- son mucho más baratos que un hotel regular- se debe tener en cuenta que proponen además un medio de interacción social que fomenta el intercambio entre  los huéspedes, sobre todo de los jóvenes en búsqueda de nuevas experiencias. Sí, todos pensamos lo mismo: hostel es igual a «extranjeras/os descontroladas/os», pero eso no es más que una ecuación signada por la poderosa influencia del cine americano sobre nuestro inconsciente; Euroviaje censurado es un buen ejemplo. Aunque algo de cierto en eso siempre hay!!! La clave de estos lugares son los espacios compartidos: habitaciones, baños, cocina y, en los más lujosos, gimnasio, sala de recreación o de juegos.  Ahora bien, hay que estar dispuesto a no tener un momento de soledad, en tanto, siempre hay alguien dando vueltas, que no es un familiar al que se puede ahuyentar con un grito soliviantado de afectuosidad. En la mayoría de los casos uno no se despierta de la mejor manera, su humor y apariencia se ven turbados por la incomodidad de tener que abandonar el placer de seguir durmiendo un rato más. Es cierto que existen habitaciones individuales con baño privado lo que reduce al mínimo el contacto con desconocidos, pero quedarse en una de ellas es un contrasentido con los propósitos del hostel y, digámoslo, en el fondo estamos esperando que la película se vuelva verosímil.

Mi propia experiencia indica que mientras se pueda descansar sin alteraciones por fuera de lo común, el resto de las variables importan poco. Los alojamientos no deberían ser más que eso, si uno pretende estar más tiempo en ese lugar que en el exterior haciendo lo que fuera que motivó el viaje, se estaría perdiendo el tiempo. En todo caso, lo que les puedo recomendar es que disfruten del viaje no del repositorio de nuestras almas cansadas.

 Juan Gerardi – De la redacción