Iba a escribir sobre Cuéntame cómo pasó una vez que me pusiera al día con la serie, que terminara de ver todos los capítulos, pero no pude. No por una cuestión de tiempo (aunque este quizás sea el último número de Palabras Transitorias), sino porque no tuve ganas. Porque dejó de interesarme.
Esta serie española es televisada desde el 2001 por un canal de TVE, la cadena pública. Y, aunque últimamente hay rumores de que el programa sería levantado por falta de presupuesto, aun sigue en el aire. Cuéntame… se parece mucho a Los años maravillosos, la serie norteamericana que contaba a través del devenir de una familia, la historia norteamericana de los años ’60. En su contraparte española Carlitos es Kevin, y su voz en off ya de adulto, narra la historia de los Alcántara, pero también los años de represión y resistencia, el fin de la dictadura franquista, el destape español, la crisis económica del ’80 y la transición política que lleva a la formación y triunfo del PSOE.
En el 2007 la producción de la serie sufrió cambios estructurales. De hecho cambió el director y los productores. Y esto hizo que la serie dejara de interesarme. Si hasta ese momento Cuéntame… parecía una novela histórica, que daba mucha importancia al contexto de época y se encargaba de contar la coyuntura de un proceso socio-político y cultural riquísimo, a partir de la 7ª temporada el programa se banaliza. Toman más fuerza los personajes menos interesantes políticamente, el vestuario de las mujeres empieza a pensarse en términos de moda actual con vestidos y polleras que en los ’60 o ’70 hubiesen sido impensados, los colores de la fotografía dejan el sepia para volverse intensos y brillantes, hasta la música que acompaña las imágenes se torna, como decirlo, un jingle publicitario, una musiquita tonta que se repite y repite y marca al espectador si tiene que estar alegre o triste, cuando este aspecto había sido uno de los más cuidados de esta producción hispana.
Un tío comunista que ayudaba a sacar gente a Francia durante el Franquismo termina casado con una chica de pueblo, 25 años menor que él, con quien tiene 3 hijas, y a quien los problemas cotidianos terminan desdibujando como personaje. Una hija que abandona sus sueños de hipismo y se hunde en las mazmorras de la heroína. Tony, el hijo, que desiste de su amor de militancia, y de la militancia misma, y se conforma con una compañera de trabajo y un trabajo en un buffet de abogados. Mercedes, que resigna su proyecto de una empresa propia y una marca de ropa y vuelve a su hogar y a su marido como si nada hubiese pasado. Antonio, que de ser un paleto de pueblo que no tenía bien en claro si Franco era bueno o malo, termina convirtiéndose en un empresario y cuadro político de la Unión Democrática. Y por último, y mas decepcionante aún, Carlitos, el protagonista, la voz en off, el prisma por el que se mira la España de los ‘60 y ‘70, quien abandona no sólo su frescura y curiosidad infantil, sino su idealismo y sus ilusiones y se convierte en un joven desdibujado (lumpen podría decirse!) que decide por motu propio alistarse a la mili y acepta estudiar “comercio” en una universidad católica y privada. ¿Es este cambio una pintura de la generación sesentista española? ¿En eso terminaron los sueños de los jóvenes del destape? Puede ser. Pero no deja de molestarme.
La serie se convirtió en Son amores, Campeones de la vida o cualquiera de la saga “novela costumbrista” a la que Suar y Polka nos tienen acostumbrados. Me pregunto si esto tendrá también que ver con cambios en la dirigencia del canal público La 1, o si la tiranía del rating ha hecho estragos en las producciones españolas. Me parece que debe haber influido una mezcla de todas estas cosas, aún así no deja de molestarme que un producto creativo, cuidado y sólido se convierta en una de las chatarras más de la tele abierta. De hecho, este parece ser un problema que no sólo afecta a la televisión española, pero ése es otro problema y excede los límites de esta reflexión.
María Laura Mazzoni –De la redacción