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Un trío suburbano…

El origen de Manal esta íntimamente relacionado con el surgimiento del rock local, allá por fines de los sesentas. Las bandas que florecieron por entonces llevaban consigo el polen de la noche porteña; los antros donde la “nueva” música se creaba y compartía; y los cafés literarios donde caían desplomados a discutir sobre obras propias o ajenas y a componer hasta que el sol naciera nuevamente.

El trío que lideró Javier Martínez está conectado con este mundillo…

En 1968, las ideas que venía acumulando desde aquellas noches en la Perla del Once, empezaron a tomar color con Alejandro Medina en bajo y Claudio Gabis en guitarra, pudiendo plasmarse en un primer simple que incluía Que pena me das y Para ser un hombre más. Dos bestialidades que demuestran el intrincado reflexionar de Javier y la potencia que este trío demostrará a diario en los recitales de La Cueva y –más formalmente- en el Teatro Apolo.

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Al año siguiente No Pibe y Necesito un amor, permitirán al grupo despegar de los subsuelos porteños, y romperla (literalmente) en el multitudinario Festival Pinap: trampolín para grabar su primer LP homónimo.

En palabras de Gabis, «Fue el día más glorioso de mi vida artística. A Javier se le rompió la batería, a Alejandro se le rompió el bajo, a mí se me rompió no se qué, pero seguimos tocando y la gente deliraba. Terminamos los tres cantando en un micrófono: Alejandro con la guitarra, Javier con los palillos y yo con la armónica y la gente delirando. Manal se consagró ese día, se hizo un grupo grande. Ese día entró a la historia» 

Con este disco Manal se asentará como “La” banda blusera local. Las barriadas, las calles emblemas del porteñismo, los trenes, el obelisco y el bajo industrial de Avellaneda Blues o Avenida Rivadavia, se entremezclan con la dureza existencial y la introspección de Informe de un día o Una casa con diez pinos.

El sur porteño toma forma, como los viejos tangos de los años ‘30. Y un nuevo público –seguidores de jazz especialmente- se acerca a los recitales.

La voz de Martínez se desgranaba por el pucho y la ginebra, pero brindaba el tono idea para el perfil blusero que buscaban. Oscura, así es la música que ofrecen. Pero las letras iluminan con tenues grises el mundo del que reniega esta generación.

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Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado.
Tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados.
Hoy llovió y todavía está nublado.

Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado.
Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado.
Un camión interrumpe el triste descampado.

Luz que muere, la fábrica parece un duende de hormigón
y la grúa, su lágrima de carga inclina sobre el dock.
Un amigo duerme cerca de un barco español.

Amanece, la avenida desierta pronto se agitará.
Y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van.
Sur, un trozo de este siglo, barrio industrial.

Avellaneda Blues – Gabis-Martínez

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El boom de esas juventudes ansiosas de un mundo nuevo y la ebullición cultural que impulsaron, fueron el humus de éste y otros grupos que no le esquivaron a la reflexión filosófica, la literatura y los estupefacientes, para componer las mejores canciones “fundacionales” de ese género que comenzaba a germinar. La novedad radica en la capacidad que tuvo Manal de producir una música autentica y genuinamente rockera, cercana al camino marcado por los sureños afroamericanos.

Manal en si misma era la novedad. Es sinónimo de La Cueva, uno de los primeros antros rockeros de Buenos Aires; de Mandioca, el primer sello discográfico creado exclusivamente para impulsar al rock nacional; y por sobre todas las cosas, de la novedosa incorporación del Blues en el naciente rock cantado en castellano…

 Joaquín Marcos – De la redacción

Después el agua…

El mundo de las bandas locales, es un mundo difícil. El circuito se empantana rápidamente por falta de salas de ensayo, lugares donde tocar y un público complicado de complacer. Pero nada de ellos impide el silencioso pero continuo crecimiento de under marplatense, haciéndose espacio en la abigarrada agenda de la cultura artística local. Hoy, en Subwoofer contamos con la presencia de un amigo de la casa, el Negro Leguizamón, quien rompe un poco (por suerte!) con los esquemas tradicionales de esta sección. Nos hablará de una banda local, de una banda que conoceremos a través de sus palabras, que a su vez nos deja la intriga de querer escucharla. Descubrir una banda, seguirla, vivir su crecimiento musical, esperar su disco… todo eso nos transmite el Negro, todo eso genera Zoot. (Joaquín Marcos, responsable de sección)

Últimamente estoy cambiando mis hábitos, no sé si es la edad, algunos cambios personales, o que el invierno en la ciudad es crudo, pero hace ya unos meses empecé a llevar una vida más asentada, más adulta en palabras de mi abuela. Y uno de los vuelcos más importantes que significo esta “madurez” fue el alejamiento de las salidas nocturnas: no tantas salidas hasta altas horas de la madrugada, no tanto gastadero de dinero en épocas de bolsillos flacos, no mas volver a casa congelado a las 7 de la mañana.

Sin embargo, dejar esas costumbres no hizo que me quede en la cama, calentito, todos los fines de semana: eso no es para mí. Así que empecé a darme algunos gustos, chiquitos, pero que venía acumulando, y uno de ellos fue que recuperé la costumbre de ir a escuchar música en vivo; puedo decir que en estos últimos meses escuche más música que en los últimos 2 años. Abel pintos, Cultura Profética, Lisandro Aristimuño, fueron algunos de los artistas/bandas a las que fui a ver, además de bandas locales como Tantra, Luzparis, Zoot. Todas, con sus variedades de estilos, me dejaron una buena impresión, y muchas cosas para decir; sin embargo fue la última de las que nombré la que hoy me lleva a escribir esta nota.

Zoot es una banda, como dije previamente, del ámbito marplatense. Si tuvieramos que encasillar su música sería difícil hacerlo; el sonido que predomina es el rock pero fusionado con otros estilos, más bien experimental, dentro del gran mundo del “indie rock”.

 La verdad es que llegue a ellos porque un amigo toca en ella desde hace unos meses, pero la banda, por lo que supe después, tiene alrededor de 4 años de antigüedad. La primera vez que fui a escucharlos tenía pocas expectativas: era un festival en el teatro La campana, en una fría noche del mes de julio, donde más de 5 bandas de diferentes estilos harían su presentación. Las pocas expectativas se debían a un prejuicio, pues nunca había sido un asiduo concurrente a eventos musicales locales, sin embargo debo admitir que salí de ahí mas satisfecho de lo que pensaba. De esa noche en adelante, decidí prestarle más atención a la “movida” musical de la ciudad.

Así fue que, hace poco, en compañía de unos amigos (también ellos lejanos de la música en vivo) fuimos a la Bodega del Teatro Auditorium a escuchar algo de Rock, y personalmente me encontré con que la banda había alcanzado un sonido especial, maduro; sonaban muy distintos a cuando los escuche por primera vez.

No es una banda con un repertorio de canciones muy variadas, todas las veces que los fui a ver me encontré con las mismas letras, pero muy diferentes interpretaciones, haciendo que los temas sonaran a “nuevo” cada vez que me preste a escucharlos. Sus letras son abiertas, de libre interpretación, pero alguna que otra cuenta con un estilo muy “hit” de radio, ese estilo de canciones que uno escucha y no puede quitarse de la cabeza por unos días.

La formación de la banda es bastante básica: dos guitarras, bajo, batería, teclado, sumándole algunas bases electrónicas, que en su conjunción hacen que el sonido producido suene limpio, fresco pero a su vez fuerte, pesado, bien rockero (sé que es mucho decir, y a no confundir no estoy comparando, pero hay veces que encuentro en esta banda alguna influencia de la inglesa Radiohead).

Los shows suelen ser cortos, no suelen durar mas de 40 minutos, y a mi personalmente se me pasan rápido, es como una experiencia corta pero intensa, donde un sinfín de melodías invaden mis oídos y me llenan de emoción, éxtasis…Prontamente por lo avisado en su última presentación, se viene el primer disco de los Zoot para el mes de noviembre, así que yo me encuentro ansioso, esperando su salida y presentación.

 No es fácil encontrar una banda del ámbito más bien under/indie, que me guste, y a su vez nunca viene mal ayudar a difundir la música de la ciudad, así que si les gusta este estilo de música, rockero pero experimental, cuentan con tiempo y ganas súmense a los shows, me animo a decir que no se van a arrepentir.

Nicolás Leguizamón- Columnista invitado.

José Alberto Iglesias

A las 10.50 del viernes 19 de Mayo de 1972 el cuerpo de José Alberto Iglesias es hallado sin vida en las vías del Ferrocarril San Martín. Un tren lo habría pasado por arriba, aunque no se conoce a ciencia cierta el hecho en sí. Para algunos, la policía lo llevó hacía el lugar y fue empujado. Otros piensan que al estar escapando de las mismas fuerzas, cruzó las vías y no se percató de la llegada del tren. Para los más convencidos, iba fumando en el fuelle entre la unión de los vagones y se quedo dormido, cayendo sobre las vías, muriendo al instante.

Con tan solo 26 años, la corta vida de José Alberto… bueno… en realidad de Tanguito, como lo conocía todo el mundo -o Ramsés VII, Donovan o el que se le ocurriera en el momento-, fue eclipsada por la leyenda debido a su prematura muerte. Como sabemos, con el tiempo los relatos póstumos se vuelven historias épicas, y van construyendo una identidad un tanto mítica y un tanto real. Pero la de Tanguito es una historia narrada íntegramente desde lo mítico.

Los que crecimos con Tango Feroz, nos acostumbramos a asimilarlo con el personaje de Fernán Mirás. Y en cierto modo, el subtítulo de la película: “la leyenda de Tanguito”, explica la imagen que nos construimos.

 

Desgranando el film de Marcelo Piñeyro, encontramos lugares, personas, situaciones muy aisladas, que nos permiten entrever una realidad mucho más palpable de la vida de este personaje del rock local. Personaje que nadie incluiría en la palestra de los grandes músicos nacionales. Quizás, en parte, porque nunca se rescató su legado musical y personal. Ni siquiera en la nombrada película se utiliza su escueta discografía.

Por eso rescatar, por ejemplo, la coautoría -con Littto Nebbia- del tema La Balsa no es cosa menor, si es que se nos permite considerarlo el himno del rock argentino.

La historia de este tipo es singular y atrapante. Tiene su pequeño lugar en el relato de la “historia del rock nacional”: fue parte de ese grupo de jóvenes que frecuentaban La Cueva, junto con Sandro, Javier Martínez (Manal), Moris, Pajarito Zaguri o Miguel Abuelo entre otros; de los cuales se nutría y a la vez influenciaba. Mientras que en las trasnoches porteñas, en el baño de la Perla del Once se compartían los temas nuevos y nacían los acordes de las futuras canciones. Se pateaba sin rumbo la calle, copando lugares de moda o cayendo en casas de amigos.

Aunque Tanguito preferiría pasar sus horas en Plaza Francia, rodeado de los adolescentes hippies escapados de sus casas que lo idolatraban y seguían como a un mesías. Camino que no transitaron los compañeros de La Cueva, ya que se estaban enfocando profesionalmente en sus carreras musicales –léase Javier Martínez, Moris, Nebbia-. El grupo de los “náufragos” comenzó a cambiar. Las influencias de Tanguito también.

El afán de no respetar las pautas culturales vigentes llevó a este grupito de la plaza a ingerir medicamentos para no dormir, cuestión de pasar tres o cuatro días despiertos como lo hacían los que estudiaban en la facultad, transitando la ciudad en busca de un lugar donde comer y componer.

Junto a las anfetaminas, llegaron los pinchazos. El retorno ya era imposible. Su presencia pública comenzó a disgustar a las autoridades, lo que le valió arrestos y cortes de pelo varios; quebrantando poco a poco su personalidad.

Pero verdaderamente, lo más significativo será su paso por el Borda. Usado como conejillo de pruebas, los electroshocks minaron su persona, pero no le impidieron tomar una última elección. Escapó del nosocomio la madrugada del 19 de mayo de 1972. A las 10.50 su cuerpo era encontrado sin vida. Ningún medio levantó la noticia.

 

Al realizarse la película no se priorizó el relato de la gente que lo conoció, que lo entendía y que convivió con él. Y “se optó por recrear la leyenda, y no la vida real de Tanquito”, como expresa Victor Pintos en su libro Tanquito, la verdadera historia. Libro que expone -dejando de lado el estilo narrativo- los reportajes realizados con esa gente que lo tuvo cerca. Entrecruzando comentarios contrapuestos y debelando esas contradicciones y olvidos que la memoria siempre nos produce. Buscando siempre un relato fidedigno de la singular y apasionada vida de José Alberto Iglesias.

Joaquín Marcos – De la redacción

Piazzolla: Pulsaciones de vida

Hay un Piazzolla sensible; otro, hosco y serio. Hay un Piazzolla niño prodigio; hay uno con manos de titiritero y puños de boxeador. Hay uno que escribe música que hace llorar y otro que llora mientras la escribe. Hay un Piazzolla que nació en Mar del Plata en marzo de 1921, que vivió en París y Nueva York, y que murió hace veinte años en Buenos Aires luego de sobrevivir al amor y al odio. Todos ellos aparecen superpuestos como en una foto revelada a mano en el texto que Juan Castagnari, periodista marplatense y tanguero de callejones angostos, nos regala para esta edición. (Alfredo Ves Losada – De la redacción).

A 20 años de la muerte de Astor Piazzolla, un recorrido por algunos de los momentos mas importantes en la vida del genial compositor.

Mar del Plata. Marzo de 1921. En un teatro de la ciudad se estrenaba el sainete de Vacarezza “Cuando un pobre se divierte”. En la sala estaban presentes Vicente Piazzolla y su mujer, Asunta Maneti. Los artistas salieron a escena y fueron ovacionados por el público. Asunta, embarazada de nueve meses, dejó de golpear sus manos, un fuerte dolor en los riñones se lo impedía. Se acomodó en la butaca e intentó calmarse. El dolor se hacía cada vez más intenso y bajaba poco a poco a la altura de la ingle. Cuando terminó “La copa del olvido”, último tango de la obra, anunció a su marido: “El nene va a nacer”. Apurados subieron a la moto con sidecar de Vicente y salieron por la calle Independencia hacia su hogar. Mientras que en ese año el dúo Gardel-Razzano actuaba con éxito en el teatro Empire, en una casa de la calle Rivadavia al 2500, a las 2 de la mañana del 11 de marzo, nacía el hombre que revolucionaría el tango: Astor Pantaleón Piazzolla.

Vicente era hijo de Pantaleón Piazzolla, un marinero italiano que llegó a Mar del Plata a fines del siglo XIX. En su sangre corría el deseo de cruzar el Mar. Astor con solo 4 años de vida y siete operaciones en su pie derecho, partió hacia Nueva York junto con sus padres. En un departamento de la calle Ocho, Saint Mark’s Place, del Greenwich Village, en un extremo de la península de Manhattan, Astor pasó gran parte de su infancia. En el barrio, sus amigos lo apodaban Lefty, por su famosa trompada con la zurda.

 Luego de trabajar  todo el día en una peluquería, Vicente llegaba a su casa y en una vieja vitrola escuchaba los discos de Pedro Mafia. “El día que toqués  como él me  muero”, dijo emocionado cuando le regaló a su hijo un bandoneón. Desde esa noche, el destino de Astor quedó marcado para siempre.

“El día que me quieras”

Durante 1934, Piazzolla estudiaba música con Bela Wilda y había grabado con el pianista Andy  D’Aquila  el tango “Silencio” de Carlos Gardel. Por las noches tocaba el bandoneón en el teatro Roerich.

Vicente, o Nonino como lo llamaba su familia, se enteró de la visita de Carlos Gardel a Nueva York. Emocionado, buscó sus herramientas y talló un muñeco de madera, un guitarrista de pelo negro. En la dedicatoria decía: “Al gran Carlos Gardel, este recuerdo de Vicente Piazzolla”.

-Tomá, lleváselo a Gardel. Decile que tocás el bandoneón e invitalo a comer. Mamá puede hacer unos ravioles– le dijo Nonino a su hijo de 13 años.

Astor caminó hasta el departamento que alquilaba Gardel en el piso 18 del edificio de Bellas Artes en la calle Cuarenta y Ocho.

– Mi papá le manda este muñeco de recuerdo. Yo soy Argentino, toco el bandoneón y me gusta como canta usted. Mi mamá lo invita a comer ravioles a mi casa– balbuceó Astor. Hablar español de corrido le costaba mucho.

-¿Me dijiste que tocabas el bandoneón?– peguntó Gardel.

-Sí señor. Si quiere lo traigo mañana.

Claro, quiero oír esos tangos que tocás.

Al día siguiente, frente a Carlos Gardel, Astor colocó el fuelle sobre sus rodillas y tocó una pieza de George Gershwin, algunos valses, una ranchera y un tango.

– Vas a ser algo grande pibe, te lo digo yo. Pero el tango lo tocás como un gallego– sentenció el Zorzal Criollo.

Luego de pasear durante varias horas, Gardel le propuso: “Quiero que toqués y grabés conmigo”. Además lo invitó a actuar como canillita en la película “El día que me quieras”. En 1934, Astor formó parte en una escena del film. Esa imagen posee un valor emblemático en la historia del tango.

Después de comer un plato de ravioles en la casa de los Piazzolla, Gardel intentó convencer a Vicente de llevar a Astor como bandoneonista  en los conciertos que brindaría por Latinoamérica. Nonino agradeció la propuesta, pero para suerte de su hijo, no la aceptó. El 24 de junio de 1935, en uno de los viajes de esa gira, el avión en que viajaba Carlos Gardel y sus músicos se estrellaba en Medellín.

“El Gordo Triste”

Para 1938, otra vez en Mar del Plata, Astor ya había formado algunos conjuntos con los que se presentaba en distintos lugares de la ciudad. Aconsejado por Miguel Caló, Héctor Stamponi y otros músicos, decidió viajar a Buenos Aires para emprender su carrera. Instalado en la Capital Federal, donde era conocido como el Gato, comenzó a tocar en la orquesta típica del Tano Francisco Lauro, pero la abandonó al poco tiempo debido a la falta de pago.

Mil novecientos treinta y nueve fue un año clave para Piazzolla. Una noche llegó temprano al Germinal, boliche donde tocaba Aníbal Troilo con su orquesta, y notó que había un clima tenso y de mufa. Toto Rodríguez, uno de los bandoneonistas estaba engripado y se complicaban las actuaciones del fin de semana. “Ésta es la mía”, pensó, y le pidió al violinista Hugo Baralis: “Hablá con Troilo, voy hasta la pensión a buscar el bandoneón y vuelvo”.

“¿Así que vos sos el pibe que conoce todo mi repertorio de memoria? Bueno subí al escenario y tocá”, dijo Pichuco. Y Astor subió, tras él lo hicieron David Díaz, Orlando Goñi, Pedro Sapochnick y el mismísimo Troilo.  El Gato dejó la vida en cada nota. Cuando terminó, Pichuco lo miró con sus ojos buenos y le aclaró: “Pibe, nosotros usamos traje azul, ya lo sabe, mañana va a ser con público”.

“Adiós Nonino”

 En 1959, Astor se encontraba de gira por Latinoamérica junto a Juan Carlos Copes. Estaba actuando en Puerto Rico cuando un llamado de Dedé, su esposa, le informaba sobre un fatal acontecimiento: había muerto Nonino en Mar del Plata.

En el trayecto del aeropuerto hasta su casa, la imagen de su padre se le apareció en cada pared de la ciudad. Cuando llegó a su departamento, pidió que lo dejaran solo en la habitación. Se sentó al piano y en menos de dos horas compuso “Adiós Nonino”. Recién ahí lloró. Lloró como nunca lo había hecho en su vida. En esa composición, todos los recuerdos y el inconmensurable amor que sólo sienten los hijos por sus padres, se convirtieron en una nostálgica música de despedida.

“Balada para mi muerte”

Junto al cuarteto de cuerdas Kronos, grabó en Estados Unidos, en abril de 1992, “Five Tango Sensations”, su último disco. Los titulares de los principales diarios anunciaban ese año, el comienzo de un sangriento conflicto en Yugoslavia. En marzo, el atentado a la Embajada de Israel dejaba 50 muertos. El ministro de economía, Domingo Cavallo, anunciaba que Argentina había iniciado los trámites para ingresar al Plan Brady. El 4 de julio, luego de pasar varios meses en coma, fallecía en Buenos Aires Astor Pantaleón Piazzolla.

“Nunca se te ha ocurrido pensar en el silencio que dejan aquellos que se nos van”,  se preguntaba el poeta Evaristo Carriego. Pero Astor no dejó silencio. Ni siquiera la muerte pudo callar los rezongos de su bandoneón. La guadaña de la Parca es ineficaz con los creadores de obras geniales. Piazzolla está vivo. Su música renace cada día en el alma y en el corazón de los argentinos.

 Juan Castagnari – Columnista invitado

Malvinas en vinilo*

En la edición especial acerca de Malvinas, esta sección se dedicó a reflexionar sobre cómo el rock, en su versión nacional, se manifestó ante el conflicto bélico desatado en 1982 entre la Argentina y Gran Bretaña, por la soberanía de las islas. En esta oportunidad, nos referiremos al aspecto artístico de este fenómeno. Nos interesa destacar algunos rasgos de las producciones artísticas realizadas a continuación de la guerra, para ver cómo por ejemplo, Charly García, Alejandro Lerner, Fito Paéz o los Abuelos de la Nada, reflejaron en sus canciones, las sensaciones que les despertó el “hecho Malvinas”.

Charly García venía de editar en marzo del ’82 su último disco con Serú Giran. Con lo cual daría comienzo a su carrera solista en pleno conflicto armado. Yendo de la cama al living (presentado en el estadio de Ferro en diciembre de 1982 ante 25.000 personas) es un disco cifrado en este contexto, que contó con una gran difusión por la prohibición de pasar música en inglés que en aquel entonces regía en el país. Temas con un tono irónico como No bombardeen Buenos Aires reflejan ese clima. Plagado de referencias culturales inglesas, la mirada de una ciudad que sólo se preocupa porque el conflicto no le toque de cerca deviene en una latente paranoia. “No bombardeen Buenos Aires, no nos podemos defender, los pibes de mi barrio se escondieron en los caños, espían al cielo, usan cascos, curten mambos escuchando a Clash, escuchando a Clash!”….Mientras, la escenografía que simulaba ser una ciudad era destruida al son de la música.

En 1983, ya con la guerra lejos pero con sus consecuencias aún vivas, se editaron otros temas alusivos. Todo a pulmón el clásico disco de Alejandro Lerner incluye un tema que rescata la perspectiva del soldado argentino: La Isla de la buena memoria. La imagen es recurrente, muy de la época (remitimos a los trabajos de Federico Lorenz para contrastar o, por lo menos, matizar esta construcción); el joven sin experiencia, mal pertrechado, que desconoce los motivos que lo llevaron a ese territorio con un clima hostil. Un tema muy melancólico, con frases desgarradoras. “Desde que llegué a la isla no tengo con quién hablar. Somos miles los unidos por la misma soledad. Creo que hace mucho frío por acá; hay más miedos como el mío en la ciudad. Ya se escuchan los disparos entre muerte y libertad, cae mi cuerpo agujereado, ya no podré cantar más”. Mientras que Raúl Porchetto nos posiciona desde la perspectiva inversa. En Reina Madre le da voz a un soldado inglés movilizado para la contienda, que se pregunta -le pregunta a su reina- sobre el sentido de la guerra. “Pero madre, ¿qué está pasando acá?, son igual a mí y aman este lugar, tan lejos de casa, que ni el nombre recuerdo. ¿Por qué estoy luchando? ¿Por qué estoy matando?”.

Los Abuelos de la Nada, con Mil horas, vuelven a sacudir los cánones poéticos haciendo hincapié en los aspectos sociales de un conflicto que no sólo es el de la guerra “Hace frío y estoy lejos de casa, hace tiempo que estoy sentado sobre esta piedra, yo me pregunto para qué sirven las guerras”, sino también el de todo un proceso dictatorial “En el circo, vos ya sos una estrella, una estrella roja que todos se la imaginan. Si te preguntan, vos no me conocías, no, no, no”. Volviendo un poco al sentido que Charly le diera a sus temas respecto de cómo mirar la guerra.

Más tardío, de 1985, sale el disco Giros de Fito Páez. El repudio es tan duro, como las críticas que realiza a la sociedad que ve surgir a su alrededor, “Generales metan a media generación, una guerra no es un negocio, ni una ilusión, una guerra es sangre”. El tema culmina con una voz a lo lejos, repitiendo palabras inconexas como si de un borracho se tratara (sic) “Yo quiero decirles que no cederemos un solo metro de las tierras irredentas conquistadas. Y quiero… representarlos… Hacer… Ser el hombre que decida… que decida lo que ustedes tienen que hacer…”.

Hasta acá una pequeña muestra de lo que para el rock argentino significó la guerra de Malvinas en sus primeros años. Distintos músicos expresaron su disconformidad con la guerra y con el posterior impacto que ésta tuvo sobre la sociedad argentina. Disconformidad que, como bien reflejamos en El Rock en la encrucijada, no era tal al momento de la guerra. No sólo entre los artistas vinculados al rock nacional (salvo contadas excepciones), sino también en la gran mayoría del pueblo argentino.

Martín Tamargo –De la redacción

  * Este artículo debe ser pensado como una continuación de una publicación que meses atrás realizamos junto a Juan Gerardi y Joaquín Marcos para el número especial de Malvinas de Palabras Transitorias. Ambas fechas, Abril y Junio, son parte de un mismo proceso que debe ser contemplado en su plenitud y es por ello que opté por tomar la posta y continuar aquella publicación, ya que este mes es tan significativo como aquél.