Hay un Piazzolla sensible; otro, hosco y serio. Hay un Piazzolla niño prodigio; hay uno con manos de titiritero y puños de boxeador. Hay uno que escribe música que hace llorar y otro que llora mientras la escribe. Hay un Piazzolla que nació en Mar del Plata en marzo de 1921, que vivió en París y Nueva York, y que murió hace veinte años en Buenos Aires luego de sobrevivir al amor y al odio. Todos ellos aparecen superpuestos como en una foto revelada a mano en el texto que Juan Castagnari, periodista marplatense y tanguero de callejones angostos, nos regala para esta edición. (Alfredo Ves Losada – De la redacción).
A 20 años de la muerte de Astor Piazzolla, un recorrido por algunos de los momentos mas importantes en la vida del genial compositor.
Mar del Plata. Marzo de 1921. En un teatro de la ciudad se estrenaba el sainete de Vacarezza “Cuando un pobre se divierte”. En la sala estaban presentes Vicente Piazzolla y su mujer, Asunta Maneti. Los artistas salieron a escena y fueron ovacionados por el público. Asunta, embarazada de nueve meses, dejó de golpear sus manos, un fuerte dolor en los riñones se lo impedía. Se acomodó en la butaca e intentó calmarse. El dolor se hacía cada vez más intenso y bajaba poco a poco a la altura de la ingle. Cuando terminó “La copa del olvido”, último tango de la obra, anunció a su marido: “El nene va a nacer”. Apurados subieron a la moto con sidecar de Vicente y salieron por la calle Independencia hacia su hogar. Mientras que en ese año el dúo Gardel-Razzano actuaba con éxito en el teatro Empire, en una casa de la calle Rivadavia al 2500, a las 2 de la mañana del 11 de marzo, nacía el hombre que revolucionaría el tango: Astor Pantaleón Piazzolla.
Vicente era hijo de Pantaleón Piazzolla, un marinero italiano que llegó a Mar del Plata a fines del siglo XIX. En su sangre corría el deseo de cruzar el Mar. Astor con solo 4 años de vida y siete operaciones en su pie derecho, partió hacia Nueva York junto con sus padres. En un departamento de la calle Ocho, Saint Mark’s Place, del Greenwich Village, en un extremo de la península de Manhattan, Astor pasó gran parte de su infancia. En el barrio, sus amigos lo apodaban Lefty, por su famosa trompada con la zurda.
Luego de trabajar todo el día en una peluquería, Vicente llegaba a su casa y en una vieja vitrola escuchaba los discos de Pedro Mafia. “El día que toqués como él me muero”, dijo emocionado cuando le regaló a su hijo un bandoneón. Desde esa noche, el destino de Astor quedó marcado para siempre.
“El día que me quieras”
Durante 1934, Piazzolla estudiaba música con Bela Wilda y había grabado con el pianista Andy D’Aquila el tango “Silencio” de Carlos Gardel. Por las noches tocaba el bandoneón en el teatro Roerich.
Vicente, o Nonino como lo llamaba su familia, se enteró de la visita de Carlos Gardel a Nueva York. Emocionado, buscó sus herramientas y talló un muñeco de madera, un guitarrista de pelo negro. En la dedicatoria decía: “Al gran Carlos Gardel, este recuerdo de Vicente Piazzolla”.
-Tomá, lleváselo a Gardel. Decile que tocás el bandoneón e invitalo a comer. Mamá puede hacer unos ravioles– le dijo Nonino a su hijo de 13 años.
Astor caminó hasta el departamento que alquilaba Gardel en el piso 18 del edificio de Bellas Artes en la calle Cuarenta y Ocho.
– Mi papá le manda este muñeco de recuerdo. Yo soy Argentino, toco el bandoneón y me gusta como canta usted. Mi mamá lo invita a comer ravioles a mi casa– balbuceó Astor. Hablar español de corrido le costaba mucho.
-¿Me dijiste que tocabas el bandoneón?– peguntó Gardel.
-Sí señor. Si quiere lo traigo mañana.
–Claro, quiero oír esos tangos que tocás.
Al día siguiente, frente a Carlos Gardel, Astor colocó el fuelle sobre sus rodillas y tocó una pieza de George Gershwin, algunos valses, una ranchera y un tango.
– Vas a ser algo grande pibe, te lo digo yo. Pero el tango lo tocás como un gallego– sentenció el Zorzal Criollo.
Luego de pasear durante varias horas, Gardel le propuso: “Quiero que toqués y grabés conmigo”. Además lo invitó a actuar como canillita en la película “El día que me quieras”. En 1934, Astor formó parte en una escena del film. Esa imagen posee un valor emblemático en la historia del tango.
Después de comer un plato de ravioles en la casa de los Piazzolla, Gardel intentó convencer a Vicente de llevar a Astor como bandoneonista en los conciertos que brindaría por Latinoamérica. Nonino agradeció la propuesta, pero para suerte de su hijo, no la aceptó. El 24 de junio de 1935, en uno de los viajes de esa gira, el avión en que viajaba Carlos Gardel y sus músicos se estrellaba en Medellín.
“El Gordo Triste”
Para 1938, otra vez en Mar del Plata, Astor ya había formado algunos conjuntos con los que se presentaba en distintos lugares de la ciudad. Aconsejado por Miguel Caló, Héctor Stamponi y otros músicos, decidió viajar a Buenos Aires para emprender su carrera. Instalado en la Capital Federal, donde era conocido como el Gato, comenzó a tocar en la orquesta típica del Tano Francisco Lauro, pero la abandonó al poco tiempo debido a la falta de pago.
Mil novecientos treinta y nueve fue un año clave para Piazzolla. Una noche llegó temprano al Germinal, boliche donde tocaba Aníbal Troilo con su orquesta, y notó que había un clima tenso y de mufa. Toto Rodríguez, uno de los bandoneonistas estaba engripado y se complicaban las actuaciones del fin de semana. “Ésta es la mía”, pensó, y le pidió al violinista Hugo Baralis: “Hablá con Troilo, voy hasta la pensión a buscar el bandoneón y vuelvo”.
“¿Así que vos sos el pibe que conoce todo mi repertorio de memoria? Bueno subí al escenario y tocá”, dijo Pichuco. Y Astor subió, tras él lo hicieron David Díaz, Orlando Goñi, Pedro Sapochnick y el mismísimo Troilo. El Gato dejó la vida en cada nota. Cuando terminó, Pichuco lo miró con sus ojos buenos y le aclaró: “Pibe, nosotros usamos traje azul, ya lo sabe, mañana va a ser con público”.
“Adiós Nonino”
En 1959, Astor se encontraba de gira por Latinoamérica junto a Juan Carlos Copes. Estaba actuando en Puerto Rico cuando un llamado de Dedé, su esposa, le informaba sobre un fatal acontecimiento: había muerto Nonino en Mar del Plata.
En el trayecto del aeropuerto hasta su casa, la imagen de su padre se le apareció en cada pared de la ciudad. Cuando llegó a su departamento, pidió que lo dejaran solo en la habitación. Se sentó al piano y en menos de dos horas compuso “Adiós Nonino”. Recién ahí lloró. Lloró como nunca lo había hecho en su vida. En esa composición, todos los recuerdos y el inconmensurable amor que sólo sienten los hijos por sus padres, se convirtieron en una nostálgica música de despedida.
“Balada para mi muerte”
Junto al cuarteto de cuerdas Kronos, grabó en Estados Unidos, en abril de 1992, “Five Tango Sensations”, su último disco. Los titulares de los principales diarios anunciaban ese año, el comienzo de un sangriento conflicto en Yugoslavia. En marzo, el atentado a la Embajada de Israel dejaba 50 muertos. El ministro de economía, Domingo Cavallo, anunciaba que Argentina había iniciado los trámites para ingresar al Plan Brady. El 4 de julio, luego de pasar varios meses en coma, fallecía en Buenos Aires Astor Pantaleón Piazzolla.
“Nunca se te ha ocurrido pensar en el silencio que dejan aquellos que se nos van”, se preguntaba el poeta Evaristo Carriego. Pero Astor no dejó silencio. Ni siquiera la muerte pudo callar los rezongos de su bandoneón. La guadaña de la Parca es ineficaz con los creadores de obras geniales. Piazzolla está vivo. Su música renace cada día en el alma y en el corazón de los argentinos.
Juan Castagnari – Columnista invitado